

Este es el mes en el que se recuerda el inicio del conflicto de Malvinas y agradecemos la participación de Sergio D’Angelo, que nos cuenta el testimonio de lo que vivió en carne propia.
¿Podrías contarnos un poco sobre ti? ¿Cómo sucedió todo hasta ese momento en que te llamaron a la guerra? ¿Qué pensaste? ¿Qué expectativas tenías?
Bueno, soy Sergio D’Angelo y agradezco profundamente esto porque es un tema que me interesa divulgar y es bueno que desde el lado de los que no han podido vivir generacionalmente el conflicto en forma directa puedan seguir ahondando en él y recabando información, que es lo que va apuntar a que haya memoria del evento.
En mi caso, muchas veces lo aclaro en algunas charlas, me sortearon para hacer el servicio militar obligatorio que era el mecanismo. Para algunas personas puede parecer redudante decir esto, pero un año antes, en 1981, todos los varones de 17 años estábamos con el número de documento en la mano estábamos esperando el sorteo anual del servicio militar para saber si nos iba a tocar o no. Para ver si íbamos a ingresar o no a una universidad, a un ámbito laboral… Osea, de eso dependía el futuro primer año posterior al secundario de nuestras vidas, y más o menos el 80% de los jóvenes varones hacíamos el servicio militar. Estas cifras variaban según lo poblacional del momento, pero se salvaban, digamos, un 20-40% según el año.
En mi caso me tocó el servicio militar en la fuerza aérea, la aeronáutica. El 11 de enero de 1982 me envían a mi destino oficial que es el Aeropuerto de Comodoro Rivadavia, todo esto previo al conflcito bélico. Osea, entre el 11 de enero y el 11 de abril, aproximadamente, yo realizaba la instrucción normal del soldado, que dura generalmente un mes. Es una instrucción muy básica: tiro, maniobras básicas de combate… se supone que el objetivo del servicio militar, desvirtuado a través de las décadas era formar jóvenes para las armas en el caso de necesitarlo el país en un conflicto posterior. Se supone que es el sentido conceptual del servicio militar. Después se fue transformando y degradando con el tiempo en una especie de servilismo hacia las fuerzas, es decir, a veces estar un año entero haciendo labores que poco tenían que ver con la vida militar, más administrativas y de demás tranza de mantener las unidades.
Esto es algo que lo voy a mezclar en el tiempo. A mi me tocó estar cerca de un prisionero británico que tuvimos en Comodoro Rivadavia, Jeff Glover, un piloto que se tuvo que eyectar cuando derribaron su avión. Fue capturado, y como era piloto, pertenecía la custodia a la fuerza aérea. Lo trajeron con heridas muy leves, pero el tema es que pasó varias días con nosotros. Yo ya era casi profesor de inglés cuando ingresé en el servicio militar, así que una de mis funciones eran la interpretación y traducción. Una de las grandes sorpresas que se llevó este buen hombre era que se dio cuenta de que el funcionamiento interno de la brigada, la base aérea, estaba cubierto en una proporción de prácticamente 30 a 1, según las cuentas que he sacado, 20 a 1, por soldados conscriptos, es decir, muchachos de 18 años que lavaban la ropa, hacían la comida, limpiaban los lugares, hacían de mozos, de choferes, de ambulancieros, enfermeros, es decir, todas las labores y funciones de sostenimiento de una unidad militar estaban hechas en un 80% por un personal que podemos calificar como no militar, militar transitoriamente, administrativamente. Y en este caso, para peor, con un par de meses de instrucción militar. Yo me acuerdo de la sorpresa de él ante eso, darse cuenta de tantas caras jóvenes que se ocupaban de todo. Él estaba como diciendo: «¿y los oficiales dónde están?». Venía algún piloto de vez en cuando a saludarlo…
Volviendo un poco para atrás, en ese clima de modesta formación, un comodoro del alto mando de la fuerza aérea solicita a quien era entonces mi jefe, el Mayor, que me transfiera, por el tema del idioma inglés. Entonces me transfieren de mis funciones, dejo de estar con todos los compañeros de la tropa y me pasan a unas funciones que podemos llamar de Inteligencia. Es decir, paso a estar empleado en lo que luego se llamó la Fuerza Aérea Sur, que fue el comando especial que dirigió todas las operaciones aéreas que se realizaban del continente hacia las islas, con cabecera en Comodoro Rivadavia. Yo ahí me dediqué a traducir manuales de mantenimiento para los aviones, interceptar correspondencia o mensajes de los ingleses, es decir, todo lo que tuviera que ver con el uso del idioma, y acompañar varios vuelos, en mi primera época eran vuelos de abastecimiento, llevábamos tropas, mercadería, insumos, municiones, correspondencia de ida y vuelta, encomiendas, etc.


Desde el 2 de abril al 1 de mayo no hubo combates efectivos en las islas hasta el primer bombardeo en el que perdemos al primer compañero, que fallece, de nuestra propia brigada: el soldado Bordón, ascendido póstumamente a cabo. A partir de ese día, las operaciones aéreas se transforman absolutamente, pasamos a volar de madrugada, sin luces, sin instrumentos… en el caso mío me tocaba viajar en aviones Hércules, que encima son aviones sin armamento. Desprotegidos… sin instrumentos, a ciegas, cielo nocturno y a diez metros del agua, para que no detectaran los radares, y así se seguía haciendo el abastecimiento y la traída de helio.
Bueno, esos meses de mi vida hasta el final de la guerra sucedieron en ese clima. Esas fueron mis tareas, dormía literalmente en el hangar, un viejo baño con vestuario que era para los pilotos en épocas normales. Lo transformaron, nos pusieron dos camitas a otro compañero y a mi porque éramos quienes estaban en guardia permanente, osea las 24 horas. Cuando nos dijeran lo que había que hacer, había que hacerlo. No teníamos horario específico ni para comer ni para dormir ni para lo que fuera. Si hay que salir en un vuelo, hay que salir, si hay que traducir, hay que traducir. Me ponía con mi máquina de escribir de aquella época, papeles carbónicos, fichas, comunicaciones y partes con el edificio Cóndor donde tuve que volver en alguna ocasión a llevar y traer mi papeleria conficidencial de la que tuve el compromiso de callar después de la guerra. Recién ahora se están verdaderamente desencajonando montones de informaciones que estaban reservadas. A los 35 años se empezó a ventilar cierta documentación, pero alguna todavía está en discusión, aún no ha sido divulgada en su totalidad.
¿Cómo fue o es tu rol como embajador de esa información secreta?
Todo eso es por decretos. Uno selló un compromiso de silencio que no tenía un final concreto sino que había esperar a que se resolviese desde los lugares oficiales que esa información podía ser pública.
¿Cómo era el tema de dormir durante la guerra? ¿dormías?
Yo tenía un dormitorio que era un baño. Una cama en un baño. Dormía a las horas que podía y cuando me tocaba hacer guardia de custodia (porque estábamos en un hangar donde el material era valiosísimo teníamos que hacer rondas nocturnas) me tocaba estar con el frío patagónico y el viento de a veces 80-90 km/h en la pista del aeropuerto. Yo he contado muchas veces que me recuerdo durmiendo caminando: tengo la sensación de lo que es caminar automáticamente y tener ese instinto biológico de doblar en la esquina del hangar, de abrir levemente los ojos de girar y seguir caminando, y girar y seguir caminando. El sueño, la duermevela, era una cosa constante…


Otros compañeros lo vivieron de otra manera. Existen unas viejas vías de ferrocarril en Comodoro Rivadavia que pasan cerca del aeropuerto y debajo de esas vías ya tapadas por el pasto se aprovechó y se constuyeron refugios antiaéreos y de custodia del aeropuerto, pozos. A muchos compañeros les tocaba eso, que era bastante ingrato por el barro y las cosas en el piso… eran situaciones donde había que estar siempre de a dos porque si alguno se dormía te despertaba la sirena de la alarma, ni más ni menos, pero bueno, todos hemos tenido nuestra experiencia de un sueño jamás nunca más repetido.
A muchos les han quedado secuelas terribles con eso. Compañeros que sé que no han podido dormir como la gente en años, despertarse en la noche, los ruidos… recuerdo los ruidos nocturnos. Padecí una baja de un decibel que no existe en mi oído izquierdo por determinados sonidos, el abuso de los motores, ruidos, los campos de tiro también, a veces con armas muy pesadas, que no era lo habitual. Pero sí, el sueño es un tema que fue complicado para todos, seguramente.
¿Hiciste amigos en Malvinas? ¿Cómo viste que asumieran los demás combatientas el llamado a la guerra?
Primero tenés que situarte en nuestro momento histórico argentino. No es que coincidió la caída de la dictadura con la pérdida de las Malvinas, fue un proceso conjunto, un fenómeno que no se puede dejar de asociar, indiscutiblemente, entonces, primero, nosotros hicimos el servicio militar obligatorio durante una dictadura y en una guerra. No hicimos cualquier servicio militar obligatorio: Hicimos un servicio militar obligatorio XXXL, viniendo en mi caso de la adolescencia. Hice todo mi secundario en la dictadura (1976-1981) con inquietudes artísticas, estudiaba teatro, estudiaba cine, me gustaba la literatura, estaba contenido desde todos los lugares, estaba cercenado en todas mis inquietudes. Sumémosle a eso el servicio militar obligatorio de la dictadura.
Entonces, al terminar, a mi me pegó muy mal darme cuenta de la indiferencia. Tengo la imagen grabada de bajar con el uniforme de mi primer franco, ni siquiera estaba ya de baja definitiva, fue la primera licencia que me daban, meses después de la guerra, llegué acá con uniforme de salida, con mi luto de mi compañero muerto, bajé del colectivo y me di cuenta de que la gente seguía yendo al almacen, que la gente seguía haciendo sus cosas, pasaba por al lado: acá no había pasado nada. Nadie quería recordar que hubiera pasado nada en algún lado. Fue una impresión terrible. La tengo marcada y hay compañeros que han tenido impresiones peores, compañeros que los han hecho bajar de un colectivo, diciéndoles que fueron los estúpidos que perdieron la guerra. Osea, cosas terribles…


Eso me movilizó a mi a comprometerme. Todo aquelllo que tenía contenido de mis inquietudes adolescentes lo volqué a las primeras agrupaciones de soldados que nos reunimos, que nos conglomeramos alrededor de algo, y ese algo fue intentar ayudar a los compañeros que estaban peor. Durante casi un año, compartido con mis estudios y otras cosas, yo viajaba al interior del país, todo organizado por estas pequeñas agrupaciones, a dar charlas, a recabar información de cómo estaban esos muchachos, cómo habían llegado a sus lugares, cómo se habían reinsertado, si no tenían laburo… Todo ese trabajo gestó la posibilidad de que se fueran elaborando las primeras leyes. Pero con franqueza, mi ímpetu personal me duró un año porque después quedó la desazón, la sensación de chocarse contra las paredes. Tal fue la sensación que me fui del país. No soportaba el clima.
Me fui a España. La justificación fue teatrera, pero como yo había estado militando en la campaña electoral del ’83 con Abelardo Ramos, quien fue el único que levantó la bandera de la gesta de Malvinas. Por cuestiones de conveniencia política nadie se animó en ese momento de ruptura hacia la democracia en hacer una defensa de algo en lo que pudieran haber intervenido las fuerzas militares, excepto este hombre que tuvo durante toda su vida un compromiso nacional importantísimo, no sólo con Argentina (capaz vos lo hayas leído, tiene una gran obra llamada «La nación latinoamericana»). Pero bueno, todo eso me hizo adherir a su causa, él adhirió a la nuestra, nos ayudó mucho en esta campaña de auxilio a los veteranos, y entonces por intermedio de ese ambiente yo terminé trabando amistad con muchos exiliados políticos argentinos que estaban en España, y ahí me fui a la casa de uno de ellos. Fui a girar un poco, a ver qué hacía de mi vida, trabajé como traductor con ellos (este hombre y su señora trabajaban en la traducción literaria, eran escritores como muchos de los intelectuales exiliados de la Argentina) y estuve unos meses, caí en cuenta de mi situación emocional, se me pasó el enojo, me pudo más la nostalgia, y las amistades, y la familia, y el quehacer artistico que no era fácil en España en ese momento.
Anécdota: me fui al margen en el avión de ida en la comitiva argentina que viajaba a ese festival de Madrid y había también artistas de otras disciplinas que llenaban el avión. Yo obviamente que iba en la última clase (risas), en los asientos baratos del fondo y en un momento subí. El avión tenía un bar, donde estaba la primera clase, y estaba Mercedes Sosa, tomándose algo en el bar. La veo y allí había un fotógrafo amigo que me presenta y le dice que soy argentino haciendo teatro en Madrid, me ve y me dice: «mirá que si no hablás en gallego no te van a dejar hacer nada, ¿eh? Se te cagán de risa si ven que sos argentino». Y tenía razón (risas). Tuve que empezar a decir cosas en español para poder pasar por español.
El asunto es que al volver de ese periplo más interior que exterior, me desconecté… Me sucedió que me desconecté con el tema absolutamente. Calculo que fue defensa, había sido tan violenta la situación de ese primer año, tan fea para mi, que más allá de algún compañero que causalmente, por ejemplo uno que todavía se dedica a la radio, es locutor, que podíamos tener alguna cosa en común, corté la comunicación con todo el mundo y me di cuenta de que a los demás les pasó lo mismo, hubo un silencio de radio durante años.
Después, salió la ley de veteranía y ahí sucedió algo peor todavía porque la ley era… primero, básica en sí misma. Con todo el trabajo de campo que yo había hecho: conocer las necesidades y las próblematicas de los veteranos, la ley me pareció pobre y más allá de eso, fue encima incumplida. Una serie de instancias en las que pretendía ayudar a todos los veteranos terminaron siendo con suerte un 50%. Y uno de esos cercenamientos groseros por el que hoy todavía se está peleando es que por un decreto absolutamente inconstitucional, un tal Jaunarena, ministro de Alfonsín en 1988-1989 cercenó la cantidad de gente incluída en la ley. Osea, la ley original, aunque pobre, decretaba que todo el personal asignado desde lo que se llama el paralelo 42 de la Patagonia hasta Tierra de Fuego con todas las bases de apoyo militar, naval, aéreo, cualquier tipo de apoyo que se hubiera prestado en la guerra quedaba dentro de la ley. Este hombre redujo todo hasta el territorio de las islas. Sólo el personal que tuviera como destino oficial las islas (osea ni siquiera los que volaban ida y vuelta) pasaron a tener lo beneficios de la ley.
Mucha gente se quedó sin esos beneficios en circunstancias penosas. Muchos muchachos del interior sin trabajo, sin casa, sin asistencia social… Más allá de eso la ley creó una división interna terrible, monstruosa y que dura hasta el día de hoy y que causó que acamparan en Plaza de Mayo, el campamento TOAS (Teatro de Operaciones del Atlántico Sur) en protesta por ese cercenamiento durante años, creando el malestar de la subdivisión interna, que era lo que los políticos querían: divide y reinarás. Y esa es una deuda que todavía la tenemos. Esa gente, los compañeros de TOAS salieron a finales de marzo del norte argentino, juntando compañeros, hicieron toda la ruta 3 y llegaron el 2 de abril a Ushuaia en lo que vinimos a llamar la ruta del TOAS y cada uno fue ocupando los lugares de combate que ocupaba simbólicamente en nombre del resto de los compañeros. Se está haciendo un documental de eso. Es una enorme deuda que tiene la sociedad, que tiene la política de todas las épocas, sin banderío, volver a incorporar a toda esa gente que está absurdamente cercenada.
Ahora salió un libro muy interesante de Marcelo Larraquy, «La guerra invisible». También hay una asociación de veteranos ingleses que está peleando porque se corrija esta ley. No lo pueden creer, les resulta deshonroso que exista gente que haya peleado contra ellos y no esté reconocida. Hay videos de ellos que son impactantes, yo tengo un amigo que escribió un libro interesante que se llama «Ni por el país ni por la reina», de un tipo que combatió en la guerra, de Irlanda, y habla de que el soldado es el ser humano último, cuando combate, combate por sí mismo, ni por el país ni por la reina. Pero ese tipo graba videos a cada rato para defender la causa de estos soldados argentinos. Es impresionante. Y acá no se le mueve un pelo a la dirigencia política.
Medios argentinos de ese entonces estaban diciendo que se estaba ganando la guerra, ¿cómo lo viste desde tu lugar? ¿había manera de saberlo desde allí?
Bueno, acá hay dos aspectos. Yo tenía acceso a cierta información desde mi lugar. Ese es un aspecto a tener en cuenta en el margen.
Y en el segundo, yo estaba en la fuerza aérea. Con esto, insisto que no fue la misma experiencia para todas las fuerzas. Me imagino que los pobres muchachos que estaban en la primer trinchera, que eran la mayoría del ejército ya venían siendo bombardeados y sopapeados desde el principio, mucha esperanza no deben haber tenido.


Nosotros, la fuerza aérea, no se rindió jamás. No existe un parte de rendición de la fuerza aérea. Al comandante de la fuerza, que estaba en la oficina al lado mío lo llamaron por teléfono para pedirle por favor que se rindiera. Y les dijo que él no había sacrificado en vano tantas vidas para rendirse. Pasaron cinco minutos y lo llamaron para pedirle que su palabra de honor de que él no iba a atacar más, no que se rindieran.
La situación de la fuerza aérea fue muy peculiar. Si podés juntarte con un libro del almirante Woodward, «Los cien días» y otro más que se llama «No Picnic» porque dentro de uno de los barcos donde viajaba el principito alguien escribió una carta a la reina diciéndole «Esto es un picnic» y el primer comunicado que llegó de vuelta en el barco fue «No Picnic». En esos libros vas a encontrar que ellos estiman que diez días más de resistencia terrestre y no hubieran podido llevárselas tan fácil.
El asedio de la fuerza aérea fue insoportable para ellos: insoportable. Nosotros teníamos autonomía gracias al continente. Despegaban y despegaban aviaciones una de tras de otra, volvían, abortaban, volvían a salir… era insoportable para ellos. No nos detectaban sus radares, viajábamos a diez metros sobre el agua con aviones pequeños que ellos jamás hubieran pensado que podían tener esa autonomía o volar de esa manera, atacarlos y llegar con los últimos cien gramos de combustible de vuelta.
Y por otro lado, el testimonio que podés encontrar de este piloto prisionero (Jeff Glover). Cuando lo traen a continente el tipo no lo podía creer porque se encontraron en el aeropuerto de Malvinas que ellos creían inutilizado un Hércules esperándolo a las cuatro de la mañana listo para salir. Él no podía creer que nosotros tuviéramos operativa la pista de Malvinas y que estuvieran llegando y saliendo aviones cuando ellos no lo veían.
¿En ese momento en que llamaron al comandate de la fuerza aérea supiste que la guerra se había perdido o lo supiste antes?
No, lo supimos antes porque, primero, el hospital de Comodoro Rivadavia y de Río Gallegos eran los dos más habituales y nosotros traíamos de vuelta los vuelos con todos los heridos. Los pilotos que iban y volvían traían información, nosotros éramos los más comunicados entre las islas y el continente permanentemente. Teníamos data, sabíamos dónde estaban, sabíamos el problema, los aviones hacían reconocimiento constante y veían dónde estaban las unidades navales inglesas.
Ya se veia venir, por lo menos, un par de semanas antes estaba jodida la cosa, muy jodida. Ya estaba cabizbaja la situación. Esa es otra interna entre las fuerzas, que yo nunca tuve claro cómo sucedió, osea, como interaccionaron navales, tierra y fuerza aérea. Hasta qué punto funcionó bien o mal. Qué se yo, a lo mejor no hubo un comando adecuado. La Fuerza Aérea Sur era eso, solamente aérea. A lo mejor se podría haber hecho de otra manera y capaz no se hubieran sacrificado tanta gente en batallas cruentas. Eso ya es un tema de análisis bélico, sentarse delante de los mapas…
¿Cuando estabas en el exilio pensaste alguna vez que iba a volver la democracia? ¿planeabas volver en algún momento? ¿cómo es estar así en otro país con los ánimos por el suelo?
En mi caso había un componente esperanzador porque yo había participado de esta gestión democrática. Durante el 83′, campaña electoral, yo ya había olido la cosa, había fervor, ya está… listo. Encima mi padre, que ya falleció, era un socialista romántico, pero había adherido a la campaña de Alfonsín, osea, apoyaba su campaña. Entonces ya me daba cuenta de que, bueno… listo, de una manera u otra, ya estaba.
Y al estar allá en contacto con los exiliados argentinos también me di cuenta de que el ambiente ya se había distendido, ya se reunían, charlaban, ya participaban de cosas que algún día me tendría que sentar a escribir, pero sí, reuniones en casas con infinita gente del mundo de la pintura, la música, del teatro, de la escritura, un ambiente extraordinario, charlas hipótesis y planes para el futuro, y bueno, algunas de esas personas las pude ver con los años de regreso en la Argentina, fue un proceso grato en ese sentido. Por eso te decía antes de que yo me di cuenta, me cayó ficha de que el problema no era macro, el problema mío era mío. Los problemas macros estaban ahí, existían, pero lo que a mi me llevó fue lo mío, mi estado interior, mi ruptura con las cosas. Pero las cosas volvieron, y yo estuve ahí.
¿Cómo viste el ambiente en la Argentina cuando volviste y ya había democracia?
Fue fuerte. Me comparo con lo que le pasó a un amigo, fue el refugio. Imaginate que fue volver (fin del ’83) y no estaban más cerrados los lugares que estaban prohibidos o clausurados, había más teatros, centros culturales, había recitales en las plazas, los músicos salían a cantar lo que quisieran sin tener que taparse la boca… fue un fervor, una delicia, fue lo que me permitió quedarme realmente.
Ese fin de año del ’83 (encima cumplo años el 29 de diciembre) fue un fin de año esplendoroso. Empecé unas funciones de teatro al aire libre. Fue el motor, decir: «listo, ya está, esto arranca y a pedalear más o menos torcido, pero vamos a andar». Fueron unos primeros años, unos cuatro o cinco años de democracia, que cuando yo enumero las cosas que hice, me resulta inconcebibles verlas escritas en el papel. La fuerza que había adentro, las ganas de hacer cosas fue lo que, insisto, me salvó. Sacó para afuera toda la mierda que podía haber habido y me permitió seguir después con otro relajo un poco más normalizado (risas).


Creo que ese momento, para todos los que teníamos ese rango de edad fue floreciente porque una cosa es que vos hubieras tenido 20-25 años en la dictadura y veas X y guardaras un sentimiento de Y. Para nosotros fue como una coincidencia, 18-19 años, bueno, resulta que salimos a hacer las cosas y ahora se puede, ¿entendés? Creo que eso ayudó mucho a mi generación: un quiebre naturalmente acompañado.
Tengo primos y muchos amigos mayores, y sé que lo vivieron de otra manera. Les costó más, había otro resentimiento. Yo soy coordinador del Centro de ex-alumnos de mi colegio secundario (Colegio Nacional de Vicente López), que es el colegio con mayor cantidad de alumnos detenidos y desaparecidos en la dictadura. Tenemos las placas puestas en la vereda con los nombres de cada compañero y compañera, y la mayoría era un poco mayor que yo.
¿Y conociste a esas chicas y chicos desaparecidos?
Conocí solamente a dos porque eran compañeros de un primo mío que iba al mismo colegio y eran mayores. Conocido me refiero a haberlos visto una vez en el patio.
Me doy cuenta de que esa generación cinco o diez años mayor que yo está parada en otro lugar, lo cual lógicamente es comprensible. Seguramente no vivieron esa transición democrática de la misma manera.
¿Cómo has visto que le haya ido a los otros veteranos? ¿cómo rehicieron su vida y cómo están ellos psicológicamente?
Mirá, hay un factor que es terrible de mencionar, pero como existe en todos los ámbitos de la vida, no se lo puede hacer callar. En la guerra de independecia sacrificaron a los mulatos, a los negros, a los pobres… En el frente de batalla de Malvinas y en todas las funciones que se realizaron en el continente hay un grueso, yo te diria 80-90% de muchachos que venían ya de instancias sociales problemáticas o de poca contención y pocas posibilidades. Volvieron a su mismo ámbito y evolucionaron en muchos casos de manera peor, te diría. Yo lo vívi. Tuve como una desaparición por unos años, pero al principio una cosa que me impresionó fue que fui a ver muchachos que estaban en el norte que habían estado con nosotros, eran chaqueños que habían traído a la Patagonia a pasar -20°C. Y, por ejemplo, ya un montón se habían hecho un ranchito por allá, ya tenían un hijo. Y no tenían laburo ni maás o menos alguna chamba, ¿viste? esa cosa que yo sé que fue evolucionando peor para muchos con los años.
Y después un evento… Yo tengo contacto con 200 veteranos cercanos, en distintos grupos, por la grupación TOAS y la gente de mi novena brigada aérea, que éramos 300 y pico, seguimos en contacto un centenear, todo reflotado hace algunos años y justamente por esta lucha para los compañeros, pero en general veo deterioros de salud, físicos, descuidos, trabajos insalubres o de grandes esfuerzos. Veo poca gente que se ha podido insertar en algún ámbito superador, no estoy haciendo juicio de valor sobre los trabajos de nadie. Estoy diciendo que es evidente el perjuicio: evidente. Si no es el colesterol, es la bebida, y problemas de salud mental hemos tenido. Recién hace un año pudimos sacar de la calle a un compañero que vivía en situación de indigencia con necesidades psiquiátricas. Nunca nadie se había hecho cargo de nada. En su municipio, viviendo él en la Patagonia. La gente del sur guarda un poco más de memoria, tiene generacionalmente un poco más de conciencia de lo que pasó, y a pesar de eso hubo que ir, pelearle al intendente para que le dieran un subsidio, lo internaran en un psiquiátrico, saliera de la calle, tuviera un techo, un lugar donde comer. Cosas que son obligación del Estado. No tendría que haber estado uno atrás.
Y no es excepional, osea que contestando a tu pregunta: Si, los problemas y padeceres han abundado por doquier. Mirá, yo soy muy amigo de Carlos Belloso, un actor argentino, que también estuvo en una situación similar, fue artillero antiaéreo, creo que en San Julián. Estuvo toda la guerra ahí con una ametralladora antiaérea esperando si venían aviones enemigos, y estuvo unos años loco con el mundo, igual que yo, y te digo que a ambos nos salvó el arte. Y no todos han tenido esa suerte de tener alguna vocación catalizadora, muchos han tenido que refugiarse en el esfuerzo del trabajo de cerrar los ojos y el corazón a los malestares circundantes.
¿Has visto cómo se ha usado para politiquería barata todo este tema de la guerra?
La dicotomía de fondo me da mucha bronca, yo la entiendo porque he sido una persona con un cierto compromiso político. He conocido a gente que ha sufrido los avatares de la persecución política, pero me entristece que no se pueda disociar la tragedia de una dictadura militar con el evento bélico (¿cómo te podría decir?) enaltecedor de la soberanía nacional y ese bofetazo al imperialismo inglés que fue intentar recuperar las Malvinas.
Me entristece que no podamos ser un poco más maduros como sociedad y diferenciar eso. He conocido (y esto es algo delicado de hablar, seguramente si hablaras con otras personas sería distinto, gente del ejército, la vía naval y aeronáutica) y me ha tocado estar codo a codo con mecánicos, instructores, pilotos, con unos testículos así de grandes, con un sentimiento nacional verdadero, de los que no les importa qué otra cosa haya pasado por sus cabezas políticamente, cuando había que hacer lo que había que hacer por, lo hicieron, fueron el ejemplo, fueron mártires de una causa a corazón abierta, con franqueza, con verdad. He podido vivir sus epopeyas, sus preparativos, hasta acomodar sus paracaídas.


Entonces, no poder separar eso de Galtieri tomándose un whiskey es una cosa que me entristece. No poder madurar como sociedad y dividir eso. Es más, nosotros cuando peleamos por la primera ley no nos imaginamos nunca que nos metíamos en este berenjenal, este pantano, porque claro, personal afectado por la guerra fueron militares conscriptos. Nosotros recién ahora en estos años tenemos en claro que la lucha es nuestra, de los soldados conscriptos. Que podamos empezar a separar un poco. Las fuerzas armadas deberían haber hecho su camino por separado. Nosotros nos embarramos en esa cuestión y nos costó caro. Fuimos ingenuos. A mi hoy en día me da orgullo desfilar con mis compañeros en un desfile patrio, sin embargo uno tiene que soportar miradas que lo asocien a uno con los militares. Es terrible, eso me entristece mucho. Y tiene mucho que ver con el fenómeno que se vive.
Después de vivir en España sé que la guerra civil todavía existe ideológicamente, entonces comprendo que siga existiendo acá. Lo comprendo absolutamente, pero no me deja de entristecer porque me perjudica también y a mis compañeros que siga siendo así.
En el término de las cosas que no sucedieron, ¿qué crees que hubiera pasado si se hubiera ganado la guerra? ¿crees que eso hubiera hecho a la dictadura más fuerte o la hubiera enfrentado a un mayor dilema (internacional)?
A ver, soy una persona formada en el arte y no me molestan las contradicciones. No me molesta pensar dos cosas distintas ni sentir cosas distintas. No sólo no me siento incómodo, lo siento casi indispensable para vivir, poder sentir contradicciones, pero lamentablemente yo creo que el triunfo hubiese asentado la dictadura porque somos un pueblo que se sube al caballo de cualquier fervor que logre despertar cuatro gritos en una plaza. Lamentablemente somos así, estamos llenos de intelectuales, pero no pensamos.
Somos probablemente uno de los países de Latinoamérica con mayor potencia intelectual y no pensamos, cívicamente no pensamos. Quizás hubiera sido, no sé, lo que pasó entre Lanusse y Perón, quizás hubiese habido una cosa de: «Bueno muchachos, le ponemos los laureles, le hacemos la estatua a Galtieri, pero ahora ponemos otro que sea un poco menos intransigente y el año que viene vemos, y a lo mejor después vamos a elecciones…». A lo mejor, pero hubiera sido un asentamiento sin lugar a dudas, hubiera sido la estatua de bronce para alguien.