

Por Viviana García Hoyos


No había terminado de irse cuando ya comenzaba a extrañarla. Se pasea de aquí para allá con ese afán, tan propio suyo, de dejar todo cuanto toca hecho un desastre. Encajes, sedas oscuras, medias de nailon; todas ellas exhalan su perfume. Todas ellas, insisto, porque las prendas, cuando tocan el piso, pierden la condición de individuos, se juntan en montañas donde apenas resplandece algún brillo estrafalario. Balances mate, derivados del negro, plumas sintéticas. Delirios de grandeza.
Saldrá otra vez por esa puerta y dejará, desde luego, la cama sin tender. Sin las sabanas que de estar tendidas nos habrían librado de la exhaustiva batalla contra las manchas de carmín indeleble.


De nuevo la ropa. ¿Por qué siempre se trata de la ropa?
Aún recuerdo cuando aquí había un piso, hermético, casi transparente. Luego al piso le siguió la alfombra y a la alfombra, los vestidos, que más tarde acabarían en la cesta. De la cesta al cuarto de lavado donde los separan a juzgar por lo que indique la etiqueta de Lávese con cuidado. Del cuarto a la lavadora, de la lavadora a la secadora, de la secadora a la cuerda de tender, de la cuerda de tender a este infierno con prioridad para los escombros, de aquí para allá, de la cama a los ganchos, de los ganchos al closet. Y así, permanecerán colgados a tropezones hasta su siguiente tentativa de vestirse. Porque ese es el fin último de las cosas.
Y todo este falso intento de poner orden me suena a exceso. Prometió hacer la cama por la noche cuando llegue. Pero las promesas se le convierten en excusas para salir tarde del trabajo, en alguna cena con los jefes, en una botella de vodka y en los próximos cinco días donde lo único tan real como su ausencia será su recuerdo.
Las paredes de este cuarto también reclaman su nombre.
Podría reconstruirse al habitante a partir de lo que este lugar comunica. Se pasea de aquí para allá, yo solo espero que el piso guarde memoria de sus pasos y me los traiga esta noche de vuelta, cuando ya se haya ido. Se pasea de aquí para allá y no tiene idea de los estragos que causa el vaivén de sus caderas benevolentes. Mientras, yo espero a que se detenga frente al espejo, impactada ante su figurita de modelo, para observarla.
Las fotos en la pared también la siguen con los ojos.
A este par de manos, incapaces de detenerla, le acompaña una voz sin aliento, y a esta voluntad de mierda sin la valentía necesaria para pedirle que se quede, este cuerpo inerte que la ve marcharse con el orgullo herido, como quien mira hacia atrás y no se queda.
Cuánto me gustaría creer que no existes, que son mis ansias de tenerte lo que me hace inventarte. Que no existes, y no me atrevo a tocarte por miedo a que te deshagas en mis manos. Que no existes, y no me atrevo a abrir los ojos porque si despierto, desapareces. Que no existes, y es mi impaciencia lo que me obliga a extrañarte.


No existes,
y es mi resignación ante este cuarto vacío lo que me hace escribirte para ver si así, por fin, te quedas y mientras,
te marchas.
¿Por qué no atraviesas las paredes como el fantasma que eres para que nos evites los portazos?
* * *
Media noche en punto, la luna se filtra por las grietas y hace tanto que prometió llamar al maestro de obra para que reparase el cielo raso.
El golpe seco del puño contra la puerta, y no me atrevo a abrir,
por miedo a ella.


Viviana García Hoyos es una escritora venezolana de cuentos y poesía, además de haber sido nueve años violinista de orquesta. Actualmente participa en el grupo literario Tinta Negra.

